domingo, 11 de noviembre de 2012

Boni was a rolling stone

Cuando era pequeño solía recorrer el departamento con una capa y las antiparras que yo usaba para ir a natación. Jugaba todo el día a los mutantes con amigos imaginarios y su presentación favorita, cuando le preguntaban quién era, consistía en un largo discurso que decía algo así como: “Soy un mutante, callejero, de la historia sin fin, dulce, diverso, debilucho, estrella súper star, con Edipo y de los mil sueños, súper héroe y que no sirve para nada”. Siempre le preguntábamos por qué agregaba esto último al discurso y él no contestaba, sólo atinaba a taparse los ojos con las orejas, un poco avergonzado.
En el departamento, cuando no jugaba, dormía sobre la cama grande. A veces pensábamos que estaba un poco deprimido, extrañando su vida de niño de verdad, callejero, que seguramente vendía estampitas para un padre alcohólico. Sin embargo, nunca contó nada de su vida anterior. Una vez, cuando le preguntamos cómo se las arreglaba para comer, nos dijo entre dientes que iba a una casa de familia todas las noches, a cenar.
Una tarde de septiembre, habíamos salido a caminar. Lo llevábamos una de cada mano, haciéndolo saltar las líneas de las baldosas y una señora lo señaló y lo saludó. Él se le fue al humo. Nosotras tuvimos miedo. De que nos lo quitaran, se lo llevaran y no lo volviéramos a ver. Pero no. La señora se alegró de que tuviera casa. Cuando Boni se alejó jugando, la señora nos comentó que, al parecer, no tenía padres y que había aparecido una noche, hambriento y casi desnudo.
Le encantaba ir a la plaza. Corría y se acercaba a los demás niños, escrutándolos. Pero era traicionero. De lo más bien que estaba jugando, pegaba una trompada o un grito ensordecedor y los niños salían llorando. Numerosas veces tuvimos que soportar las quejas de padres encolerizados.
No era aplicado en la escuela. Era medio tarado, como quien dice. Papaba moscas toda la clase y después no entendía qué debía hacer.
En la adolescencia nos trajo algunos problemas. Recuerdo una noche en que no venía a dormir y tampoco contestaba el celular. Cada vez era más tarde y a nosotras, como a cualquier par de madres, nos corría un escalofrío por la espalda con sólo pensar que le había pasado “algo”. Entonces nos levantamos, nos vestimos y salimos caminando sin rumbo fijo. No queríamos llamar a la policía: nunca confiamos demasiado en las fuerzas del orden. Lo encontramos en la plaza, su lugar preferido desde niño, junto a un par de amigotes, fumando marihuana y rodeado de porrones. No le dimos un sermón ni un reto. Nunca nos gustó aplicar la represión en nuestras relaciones interpersonales. Además, supusimos que retarlo lo iba a poner en nuestra contra, rebelándolo más. Decidimos hablarle. Le contamos que nosotras, en nuestra juventud también habíamos fumado la hierba loca y que los finales no siempre habían sido felices. En mi caso particularmente, hacer abuso de la marihuana me había traído consecuencias nefastas: angustia, depresión y un escándalo con mis padres. Entonces Boni nos dijo que lo que él hacía era un uso, no un abuso y que le gustaba expandir su mente. Y sobre todo reírse, reírse mucho con sus amigos.
A los dieciséis se escapó de la casa  con una comunidad de hippies que viajaban de un lado a otro. Pero, claro, como nos amaba y siempre había sido un hijo cariñoso, nos dejó una nota:
Máes:
            He decidido estraer la medula de la bida. Hirme por la carretera balla a saber uno hasta donde y pasarlo jenial. Tengo amigos y dos máes que sabran entender.
Las kiere, Boni.

A nosotras se nos piantó un lagrimón y cada vez que veíamos el kilo de caramelos que habíamos comprado para él (Sugus, de menta), que estaban en una bolsa arriba de la heladera, se nos estrujaba el corazón.

La semana pasada nos llegó la última postal: van rumbo a Centroamérica. Boni nos escribe que la asamblea de la comunidad lo eligió guardián de las provisiones. Como posdata, comenta pícaramente que por ahí aprovecha para comer alguna que otra cosita mientras vigila. Junto a la postal, mandó una foto de toda la comunidad: pudimos reconocerlo por su exuberante trompa. Ha crecido, nuestro muchachote de dieciocho años. En la foto lleva puesta una túnica blanca y sandalias de cuero.
Máes:
           Nunca fui tan felis. La livertad es el tesoro mas presiado de la especie umana. No ago mas que disfrutarlo, todo el tiempo y a toda ora.
Las kiere, su mutante preferido.

No hay comentarios: